Rubén Leyva

Mi obra… mi mundo.

GRÁFICA

ESCULTURA

ORIGINAL SOBRE PAPEL

El juego de los espacios

Miguel Ángel Muñoz

“El arte no puede ser moderno,
lo que tiene que ser es eterno”.
Egon Schiele

 

Figura con amplia trayectoria en el arte mexicano, donde empezó a despuntar hacia el ecuador de la década de 1970, Rubén Leyva (Oaxaca, México, 1953), jamás se ha perdido por la intrincada senda del arte donde públicamente transita desde hace treinta años. Toda una vida, pero vivida paso a paso, sin saltos al vacío, ni estridencias de ningún tipo. Éste es, en principio, el camino de la pintura, cuya historia se pierde en la noche de los tiempos, aunque luego, cada cual lo puede recorrer con mayor o menor agitación. No es el caso de Leyva, pues el equilibrio de su obra se ha cifrado en mantener simultáneamente en pie lo poético y lo instintivo, o, si se quiere, lo mental y lo corporal que asedian cualquier proyecto artístico, pero lo sintético ha consistido en plasmar sobre la tela, o mejor, en sus lienzos resientes, todos los recursos pictóricos de lo gestual, todo ello entreverada de un elemento figurativo muy variado y un cromatismo brillante y refinado.

Parte de la naturaleza personal y creativa de Leyva consiste en reivindicar una libertad artística absoluta para sí mismo, avanzar contra el rumbo de las expectativas y seguir sorprendiendo siempre. En cada uno de los nuevos grupos de obras
—gráfica, cerámica, óleos— trabaja con un espectro nuevo de contenidos, elementos estilísticos, materiales y símbolos; esto lo lleva a cabo de manera infatigable, con una capacidad de asombro ilimitada, sin dejarse llevar por la corriente. En el campo creativo, Leyva sabe lo que quiere, lo lleva a cabo y continúa buscando cosas nuevas a una gran velocidad. No está dispuesto a satisfacer ningún deseo ajeno, de obtener un lenguaje cerrado y uniforme. La cohesión global de su obra se basa por encima de todo en que él es pintor. Es sorprendente que Leyva siga logrando ampliar de forma continúa el espectro de medios artísticos, y de materiales aplicados, pero sin dejar de ser fiel a la pintura.
No obstante, dentro de esos casi treinta años de quehacer artístico habita, como una especie de territorio paralelo, el trabajo sobre papel, que parece invitar al espectador a recorrerlo de forma única y específica; es decir, sin comparaciones con el resto de las piezas realizadas por el mismo artista.

Leyva concibe el papel —dibujo, serigrafía, grabado, collage, litografía, xilografía— como un ámbito particular y sin extrapolación posible, un lugar propio, construido o adquirido mediante la sola y áspera perseverancia de entender cómo se comporta un material, qué manifiesta, cuáles son sus resistencias y sus resortes, hacia dónde encamina la dicción pictórica. Insistir en la búsqueda de un conocimiento más complejo de la pintura es, posiblemente, una de las divisas fundamentales de la obra de Leyva; permanecer junto a unos mismos temas, matizándolos hacia una precisión más compleja, sin sobresaltos y sin deriva, regresando siempre al mismo punto de partida. Un constante movimiento, para lograr una evolución sin vuelta, un rasgo clave del trabajo del artista. En este sentido, su pintura nunca se ha cubierto del artificio, en esa inmediata fascinación que crea un logro creativo, un descubrimiento. Es más bien, una duda absoluta, una transformación, que conlleva un proceso lento.

Quizá deberíamos de pensar la obra en papel de Leyva como un espacio de silencio, como un espacio vacío, tras lo cual se esconde algo que no vemos, de lo que parece no estar en lo que está. Y lo importante de este proceso es, la naturalidad de la pintura de Rubén Leyva, una naturalidad trabajada hasta el exceso, que evita cualquier manierismo y que, incluso, nos ahorra la observación del esfuerzo que supone realizar cada obra. Desde luego, la obra de Leyva es inconfundible por diversos motivos, pero al mismo tiempo, al observarlas no acompañamos al pintor en el trasiego de hacerlas visibles, de buscar su definición; por el contrario, estamos con él un paso antes y uno después, esto es, en la mirada que las originó y de la cual nacieron, en la destilación que éstas son, en el lugar donde nos sitúan. Hay que recordar sus anteriores exposiciones individuales, donde se ve claramente, no sólo su evolución estética, sino también los cambios constantes de su discurso. Sobresalen: Obra en papel (2010), en el Centro Provincial de las Artes, Guantánamo, Cuba; Crónicas de un jugador (2007), Centro Provincial de las Artes, Guantánamo, Cuba (presentación libro); Construcción de sueños y deseos.

Esculturas (2004), Haus Samson Galería Gruppe 13 Harse Winhel, Alemania; Rayando en la memoria (2002), Instituto Francés de América Latina, Ciudad de México; Espejos del alma (2000), Casa Lamm, Ciudad de México; Jugar o no jugar (1999) Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, To play or not to play (1999), Grosvenda Place Galery, Londres, Inglaterra; El reino de la luz (1997), Galería Talento Mexicano, Ciudad de México; Tierra Solar (1995), Instituto Cultural Mexicano, entre muchas otras.

Este Rubén Leyva en plena madurez creativa, nos habla desde el absoluto para señalarnos la sensación estremecida de su propia realidad, el tacto de la piel, los susurros, los gestos, las sombras… La encarnación propia de la pintura: la naturaleza, el ser de las cosas. El único propósito de la pintura de Klee era “hacernos felices”. Un arte casi infantil en su gozosa danza formal. “La creación vive como génesis bajo la superficie visible de la obra” escribió Klee casi confidencialmente en el Diario de 1918. Y en esa creación y felicidad de la que habla Paul Klee, Leyva nos enseña que con su obra podemos asombrarnos en cada momento. ¿Cabe mayor lección estética?

MARABÚ EDICIONES

TALLER

Con independencia de la técnica, las obras de Rubén Leyva guardan una característica semejanza iconográfica.

Son el resultado de una maduración dilatada, en que la búsqueda formal se afina y perfecciona con cada nueva obra. Al cabo de los años, la maestría del artista le confiere el dominio de sus medios en diversas técnicas.

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